¡¡Hola, mis alumn@s preferid@s!!
Y hoy... ¿de qué va la entrada de hoy? Pues he inventado un mini cuento para presentar algunos de vuestros fabulosos cuadros. Me habría encantado ponerlos todos pero, para no eternizar la entrada, he hecho como dicen en mi pueblo:
"como muestra un botón"
(si no conoces la expresión te animo a que investigues qué significa).
Sin más que añadir os dejo con estas obras de arte acompañadas de algo de lectura.
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Era una preciosa tarde de otoño. Una de esas tardes
agradables y tranquilas en las que apetece encender el horno para hornear un
buen bizcocho de limón. O por lo menos, es así como lo sentía la madre de
Pablito.
Madre: Pablito, ve al súper a comprar
huevos que vamos a hacer un delicioso bizcocho.
Pablito: ¡Vale, mamá! Con mucho gusto. Por
ti hago lo que sea. Soy el mejor hijo del mundo. Esto en la vida real no
sucede, mamá. Los hijos de otras personas no son tan ideales como yo. Obediente,
guapo, simpático, cariñoso, habilidoso, listo…. -pregonaba Pablito con su energía y voz vivaracha-
Madre: Ains,
Pablito, y un poco ego también. ¡Qué
de florituras te echas! ¡Qué vas a comprarme huevos, alma de cántaro, no a
escalar el Kilimanjaro! Anda corre, que se hace tarde.
Pablito va caminando feliz hacia el supermercado envuelto en
sus propios pensamientos:
“¡Qué bien! Me encanta
que mamá me mande al súper, porque con lo que me sobre me voy a comprar un
chupachús, un paquete de cromos y unos pelotazos… si es que… soy el mejor hijo del mundo, pero
para las vueltas de la compra… ¡Soy un picarón de mucho cuidado!”
Ya en el supermercado, la cajera María le atiende como
siempre.
María: ¡Hombre, Pablito! ¿A hacer la
compra?
Pablito: Sí María. Mamá… que necesita huevos
para hacer un bizcocho de limón.
María: ¡Fenomenal! Pues aquí tienes tus
huevos.
Pablito: Gracias María, pero… ¿Y la vuelta?
–pregunta Pablo con asombro-.
María: Me has dado el dinero justo,
campeón.
Pablito: ¡Recórcholis… miércoles… copón…
pimiento morrón… ¡¿Será posible?! … -susurra Pablito por lo bajo, entre dientes y
con enfado -
María: ¿Perdón, Pablito? ¿Dices algo?
Pablito: Nada María, que… que… ¡Buenas
tardes! –alejándose hacia la puerta malhumorado-.
De nuevo
Pablo se sumerge en sus pensamientos:
“¡Me ha dado el dinero justo mi buena
madre! ¿Pero cómo se le ocurre? ¡Si el único incentivo para que yo salga a hacer
la compra son las vueltas! Esta noche mientras duerma le voy a llenar el
azucarero de sal… ¡Ya verás! Y en la alcachofa de la ducha voy a poner algo de
tinta azul. ¡Mañana irá al trabajo como la Pitufina! ¡Nadie juega con mis
vueltas!”.
De camino a casa, mientras los pensamientos atrapaban a
Pablito en su pequeño mundo, la desgracia ocurrió.
Una niña rubia, con gafas y
coletas llenas de rizos alborotados, se precipitó atropelladamente sobre
Pablito al perder el control de sus patines. Pablito gritó “¡MIS HUEEEVOOOOOS!”.
La niña gritó “AAAAAAAAAAAAHHH”. Y efectivamente, Pablito perdió todos sus
huevos. ¿Y qué más no perdería cuando llegara a casa? Seguro que su madre estaría
furiosa con él.
Sin embargo, al llegar a casa, ocurrió algo que Pablito jamás
imaginó.
Imaginó que su madre le castigaría por una semana. También
imaginó que le cortaría los cables de la play
station y le tiraría al cubo de la basura todos sus juegos. Incluso imaginó
que su madre le haría las maletas y que le compraría un billete de ida a una
isla perdida del Pacífico. Incluso se imaginó a la madre despidiéndole agitando
su mano con un pañuelo blanco y diciendo apenada: “adiós, Pablito. Buena suerte en tu nueva vida. Te quise tanto… ¡Hasta
que me rompiste todos los huevos!”. Pero desde luego, no imaginó lo que
realmente sucedió.
Al llegar a casa, la madre estaba en la cocina preparando los
ingredientes para la tarta. Pablito, se presenció ante ella con las manos
temblorosas, con los ojos llenos de lágrimas y con una bolsa de huevos chorreante.
La saludó con un gesto de la cabeza y le dijo: "ahí tienes tus huevos, mamá". Los
soltó sobre la encimera y mirando hacia
abajo se giró sobre sus pies para salir de la cocina.
Cuando la madre vio la bolsa se preguntó qué habría pasado.
Rápido y confundida, fue tras Pablito y le bombardeó a preguntas:
Madre: ¿Qué ha sucedido, Pablo? ¿Cómo me
traes este destrozo? ¿Te ha vuelto a perseguir el perro del vecino? ¿Te has
caído? ¿Ha sido un atropello?
Pablito: A la primera pregunta, un
accidente. A la segunda, no sé. A la tercera, no. A la cuarta, no. A la quinta
sí. ¡Un atropello brutal, mamá! Una niña menudita y con cara de loca me ha
atropellado al perder el control de sus patines. ¡Ya le podían haber comprado
un parchís en lugar de unos patines! Lo siento mamá –dijo Pablito sollozando-. Si quieres que vaya haciendo la maleta para
que me mandes al Pacífico me subo arriba y empiezo enseguida. Soy el peor hijo
del mundo…
Madre: ¿Qué maleta? ¿Qué Pacífico? Anda, anda hijo. Que esto
no tiene importancia. Además, el otro día vi en internet una actividad con el
cartoncito de los huevos que era una maravilla. Un cuadro “hueveril flower power” divino.
Anda, vamos a salir a comprar los materiales que nos faltan. Te va a encantar…
Esa tarde de otoño, Pablito y su madre no tomaron bizcochito
de limón, pero pasaron una tarde estupenda y de mucho aprendizaje. Pablito
aprendió que en nuestra cabeza los problemas son siempre gigantescos comparados
con la realidad. También aprendió que él, quizás no era el mejor hijo del
mundo, pero seguiría intentándolo cada día, porque lo que sí sabía, sin lugar a
dudas, es que su mamá...
¡ERA LA MEJOR MAMÁ DEL MUNDO!
FIN
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¡Pues eso es todo chic@s!
¿Os ha gustado?
¿Qué otro final se os ocurre para después de la catástrofe?
¿Qué habrías pensado tú si te hubiera ocurrido lo que a Pablito?
¡Besos gordos y abrazos apretujados!